viernes, 30 de marzo de 2012

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Un humilde granjero cayó enfermo en cama y no podía ocuparse del ganado. Siempre había sido un hombre trabajador y generoso que compartía su trigo con las hadas. Así que cuando las Ellylon se enteraron de que no podía trabajar, se presentó una de ellas en su casa para hablar con él.

Le dijeron que no se preocupara, que ellas cuidarían de la cosecha y de los animales por él, hasta que se recuperara, pero que debía prometerles que mientras hubiera luz del día , no se asomaría para verlas trabajar.

El granjero les agradeció mucho el favor y durante quince días no se movió de su cama hasta el atardecer, cuando observaba sorprendido como las vacas habían sido alimentadas y estaba limpia la granja.

Una mañana que se encontraba mejor, se asomó por la ventana para verlas trabajar. Allí estaban pequeñitas, menuditas, con su gorrito rojo, moviéndose rápidamente. Lo más divertido era verlas trabajar entre risas y bromas. No pudo reprimir la risa y las Ellylon lo escucharon. Sin darle tiempo a nada, desaparecieron. Desde ese día no volvieron a ayudarle en la granja, pero le acompañó siempre la buena suerte.

jueves, 29 de marzo de 2012

.......EL VIOLÍN MÁGICO......

Había una vez un carbonero que vivía en un bosque y se llamaba Jeromir. Era alto como un árbol y muy fuerte. Y su hijo se llamaba Josa. Pero Josa era pequeñito y ni pizca fuerte.
Esto preocupaba mucho al pobre Jeromir, y a menudo se rascaba la cabeza y murmuraba:
–No sé qué vamos a hacer contigo. ¿Cómo podrás llegar a convertirte en un carbonero? Eres demasiado bajito y ni pizca fuerte. ¿Quién va a cargar con los troncos?
Y al oír estas cosas, Josa también se preocupaba mucho, porque a fin de cuentas el problema también le concernía a él. Y, sin embargo, si uno los veía tumbados en el claro del bosque, con el sol calentándoles las piernas, podía creer que eran muy felices. Y lo hubieran sido, de no haber estado los dos tan preocupados.
Así pasaron días y más días. A veces brillaba el sol en el cielo, y a veces caía la lluvia, pero Josa no creció. Josa tenía un amigo. Un pájaro.
En aquel entonces, los carboneros todavía entendían el lenguaje de los pájaros. Y cuando su amigo el pájaro vio un día que Josa estaba sentado al pie de un abeto, y vio que lloraba, le preguntó:
– ¿Por qué?
–Porque todo es horrible –dijo Josa–. Y soy bajito y no soy ni pizca fuerte. Y no puedo cargar con un árbol. Y nunca podré ser carbonero.
Y era verdad. Pero el pájaro dijo:
–No todo el mundo tiene que ser carbonero.
Y aquello también era verdad. Entonces el pájaro le regaló a Josa un violín mágico, tan pequeñito como una pluma. Le enseñó a tocar una canción, y era tan bonita que todo el bosque enmudeció para escucharla.
– ¡Es una canción mágica! –Explicó el pájaro–. Cuando la toques, los que la oigan quedarán hechizados.
– ¿Podré hechizar el mundo entero?
–El mundo entero.
– ¿También a las personas?
–También a las personas.
– ¿Podré hacerlas más fuertes?
–Todo el que oiga tu canción se hará grande y muy fuerte.
– ¿Y yo?
–Tú no. Si te volvieras fuerte, ya no podrías tocar el violín.
–Prefiero seguir tocando el violín –decidió Josa.
Y entonces el pájaro le enseñó a tocar la canción al revés.
–A veces puede serte útil. Todo el que la oiga, se volverá pequeñito, como la pata de una mosca. Tocar al revés era difícil, y sonaba de un modo extraño.
– ¿Podría tocar también para la luna? ¿Se haría la luna más grande o más pequeña al oír mi canción? –le preguntó Josa al pájaro.
–Sí, pero primero tendrás que encontrar el camino. Tendrás que llegar hasta el fin del mundo. Allí la luna se acerca a la tierra y podrá escucharte.
–Encontraré el camino. Y mi padre verá desde aquí que he hechizado a la luna, y se pondrá muy contento. Josa ensayó la canción durante siete días, del derecho y del revés. Y entonces le dijo a su padre:
–Papá, ya no tienes que preocuparte por mí. Es verdad que no puedo ser carbonero, perotengo un violín mágico, y voy a hechizar la luna para ti. Tú mira todas las noches el cielo y, cuando veas que la luna se hace más grande o más pequeña, les puedes contar a todos que es Josa, tu hijo, el que ha hechizado a la luna.
Y el buen Jeromir dejó que Josa se fuera de allí. Y, antes de alejarse, Josa tocó una última vez su canción. Y el carbonero notó que crecía todavía un poquito más y que se volvía un poquito más fuerte, y entonces estuvo seguro: su hijo Josa hechizaría la luna. Y ya no estuvo preocupado ni triste.
Josa se puso en camino. Pero el camino era largo y Josa era pequeño. Enseguida le dolieron los pies. Se sentó en la hierba, cogió su violín y tocó un poquito. Bajito, sólo para él. Pero había una hormiga allí cerca y lo oyó. Empezó a crecen se hizo más grande que el propio Josa.
–Muy bien –dijo Josa–. Haremos el viaje juntos. Es mejor tener un compañero de viaje. Se subió encima de la hormiga y reanudó su camino. Le metió a la hormiga un poco de musgo en las orejas, para que no se hiciera todavía más grande, o se volviera pequeña, cada vez que él tocara su violín.
Y cuando Josa tocaba, los campesinos, inclinados sobre la tierra, levantaban a veces un momento la cabeza y escuchaban dos o tres o cuatro notas maravillosas.
Entonces se sentían más fuertes y, si seguían escuchando, empezaban a crecer. También hubo algunos que se volvieron más pequeños, cuando Josa tocaba al revés.
Y todavía hoy, si vais por el mundo, podréis ver los efectos del violín de Josa, porque en todas partes hay gente grandota y gente pequeñita. Pero el camino hacia la luna no era fácil de encontrar. La gente se echaba a reír, cuando Josa se lo preguntaba. Y le indicaban, en broma, cualquier dirección equivocada.
Y así Josa anduvo errante de aquí para allá, y cruzó por casi todas las ciudades y por casi todos los pueblos. Tocaba en las plazas del mercado, pero la gente pasaba de largo y no le escuchaba. A veces le escuchaba una vaca por casualidad, y empezaba a crecer y a engordar y a dar mucha leche.
Un día Josa pasó por delante de una casa. Allí vivía un pobre campesino con su mujer. No poseían otra cosa que un ganso chiquitín, y el ganso ponía todos los días un huevo chiquitín.
Era muy poco para dos personas. Josa llamó a la puerta y preguntó el camino de la luna.
– ¡Uf, para qué me sirven mil caminos hacia la luna, cuando mi ganso sólo pone un huevo al día! –Dijo el campesino–. En otro tiempo supe el camino. Pero entonces llegó la miseria y el camino se me ha olvidado.
El ganso estaba fuera, en el césped, buscando gusanos. Josa tocó para él la canción, y el ganso empezó a crecer. Se puso grande y redondo.
Y el campesino se puso tan contento que recordó de pronto el camino que llevaba a la luna. Todo derecho siempre adelante, le explicó. Hasta llegar al campo de maíz, y entonces tenía que preguntar.
Pero en aquel prado había también unas margaritas. Y también las margaritas empezaron a crecer cuando Josa tocó su canción. Se hicieron enormes y amarillas, tan grandes y amarillas como el sol. Son los girasoles. Y todavía hoy tienen las semillas de girasol cierto sabor a magia.
Josa llegó al campo de maíz y allí el camino se dividía en dos. Vio a una viejecita con una cabra. Era una vieja muy pobre y sólo poseía aquella mísera cabrita.
Y cuando Josa le preguntó el camino de la luna, la viejecita dijo:
– ¡Ah, el camino de la luna! ¿Para qué sirven mil caminos a la luna, cuando se tiene hambre y se tiene frío? En otro tiempo supe el camino. Pero entonces llegó la miseria y el camino se me ha olvidado. La cabra no da apenas leche.
Entonces Josa tocó para la cabrita, y la cabrita se puso grande y fuerte. Le salió un hermoso pelaje, y la vieja pudo cortar la lana y tejer muchos sueters con ella. Volvió a dar buena leche, y acabó la miseria. Entonces la vieja recordó de repente el camino que llevaba a la luna:
–Si sigues andando en esta dirección, siempre recto, llegarás a otro campo de maíz. Allí tendrás que volver a preguntar. En el otro campo de maíz, Josa no encontró a nadie. Sólo un caballo. No quedaba otro remedio que preguntar al caballo.
–A mí todo me da lo mismo –dijo el caballo–. Camino de la luna o camino del sol. No tengo ningunas ganas de seguir viviendo.
– ¿Por qué? –Quiso saber Josa–. Eres muy grande y fuerte, en este campo te sobra la comida, y el sol te calienta la grupa.
–Pero el labrador me pega muchas veces. Como me ve tan grandote, piensa que soy todavía más fuerte de lo que soy y me pone doble carga. Cree que puedo con todo. Y no puedo. Entonces Josa tocó su canción al revés.
El caballo se hizo pequeñito, un metro cincuenta y tres, y se puso muy contento. –Pensándolo bien, veo que sí recuerdo el camino de la luna. En realidad todos los caminos llevan a la luna. Lo único que tienes que hacer es caminar siempre derecho hacia adelante. Sin torcer nunca a la derecha, sin torcer nunca a la izquierda. Así llegarás al fin del mundo.
Detrás de los bosques, empieza el mar, y del mar sale la luna todas las noches. Allí podrás encontrarla. Josa montó en su hormiga y siguió su camino.
Y todavía hoy los caballitos hechizados, que miden solo un metro cincuenta y tres, llevan una vida estupenda. Casi no tienen que trabajar, juegan con los niños y todo el mundo les da bien de comer y les pasa la mano por el lomo.
Josa no torció nunca a la derecha, no torció nunca a la izquierda, y llegó al País de las Colinas Azules. Allí la gente quedó muy sorprendida al verle, porque todavía no le conocían. Lo escuchaban cuando tocaba su violín, y se hacían más grandes o más pequeños. Y muy pronto aquel chico pequeñín y aquella hormiga gigantesca fueron famosos en todas las ciudades del país.
Y también el rey de las Colinas Azules oyó hablar de Josa, de su violín mágico y de sus extraños poderes.
–Todo el que lo oye se hace más grande –le dijeron.
– ¿Y si no para de tocar? –preguntó el rey.
–Pues el que lo oye no para tampoco de crecer.
– ¡Traedlo aquí inmediatamente! –ordenó el rey. Porque a aquel rey le parecía que él no era nunca lo bastante grande. Los mensajeros transmitieron a Josa la orden del rey de las Colinas Azules, pero Josa dijo: “¡No!” El rey no le caía simpático, y además los hijos de los carboneros del bosque no aceptan órdenes de ningún rey del mundo.
Cuando el rey lo supo, se puso furioso. Se enfadó tanto que los cristales de todas las arañas del palacio empezaron a temblar. Y el rey gritó:
– ¡Traedlo aquí por las buenas o por las malas! ¡Inmediatamente! Mandó tras Josa a los caballeros azules, y los caballeros azules lo descubrieron enseguida.
Entonces Josa le sacó a su hormiga el musgo de las orejas y tocó su canción. La hormiga se hizo todavía mayor y emprendió un galope desenfrenado. Pero los caballeros azules no se chupaban los dedos. Azuzaron a sus caballos, y estaban cada vez más cerca. Entonces Josa se detuvo, dio media vuelta y tocó la canción al revés.
Cuanto más se acercaban los caballeros azules, más pequeños se volvían. Como ojos de mosca, como patas de mosquito. Hasta que desaparecieron entre la hierba. Pero uno no desapareció. No se volvió ni un poquito más pequeño, por mucho que Josa tocara el violín.
Era sordo. Su caballo fue disminuyendo y se esfumó, igual que la hormiga. Pero el caballero azul se acercó tranquilamente y dominó a Josa con una sola mano, porque era mucho más grande y mil veces más fuerte. Le quitó el violín, le puso las esposas, se lo cargó a la espalda y lo llevó a presencia del rey.
El rey hizo encerrar al violinista en la sala de música. Cuando todos dormían, cerró puertas y ventanas, para que nadie oyera una sola nota de la canción mágica. Sólo él. Porque era un rey muy vanidoso. Sólo él debía crecer, hacerse muy grande, el más grande de todo el país y de todo el mundo.
– ¡Ahora toca para mí! –ordenó. Josa tocó la canción al revés.
El rey sintió un hormiguero extraño, y creyó que era a causa del hechizo. Sólo cuando la corona le quedó demasiado grande y resbaló por encima de las orejas, empezó a alarmarse. Pero era demasiado tarde. Josa no paraba de tocar el violín y el rey no paraba de empequeñecer.
Pronto corrió como una mosca por las puntas de la corona, y, cuando era tan pequeño como un mosquito, cayó desde lo alto de una piedra preciosa y desapareció para siempre jamás en una rendija del suelo. Al día siguiente hubo en palacio un barullo terrible, porque no pudieron encontrar al rey.
Todos corrían de un lado para otro, porque todos aspiraban secretamente a ser el nuevo rey, y nadie se fijó en el muchachito del violín. Josa salió tranquilamente del palacio, cruzó el País de las Colinas Azules, y volvió a recorrer el mundo tocando el violín. Hizo que los ricos se volvieran un poco menos ricos y los pobres un poco menos pobres, fortaleció a los débiles y debilitó a los que eran demasiado fuertes.
Y un buen día llegó hasta el fin del mundo. Y allí se quedó. Y cuando la luna salía del mar, Josa tocaba para ella el violín. Entonces la luna crecía o disminuía, y el viejo Jeromir lo veía desde su bosque y sabía que era Josa, su hijo, el que estaba hechizando a la luna.
Y todavía hoy, si miráis al cielo, veréis que unas noches la luna es grande y redonda como una naranja, y otras noches es pálida y flaca como una rajita de limón, y, si escucháis atentamente y el viento sopla en la dirección adecuada, quizá podáis oír incluso dos o tres notas hechizadas.
Porque Josa está tocando su violín.

miércoles, 21 de marzo de 2012

.......la leyenda del duende Pedro.....

     Cuentan las leyendas que había una vez un duende al que llamaban Pedro. Nadie sabía de dónde venía y nadie lo había visto nunca, pero todos sabían que era de color azul.

     Dice mi padre que el azul es el color de la felicidad y la alegría, yo no lo sé, soy feliz y me gustan todos los colores, el azul también.
     Pedro era un duende muy juguetón, de hecho era un duende niño, había sido condenado por las hadas ha ser eternamente niño.
     Pedro cuando era un niño como nosotros, era muy malo, nunca sonreía, siempre les estaba pegando e insultando a otros niños, no estudiaba y no les hacía caso a los profesores, ni a sus papás…siempre estaba castigado, pero aún castigado daba miedo. 

     Cuando creció y fue un hombre grande muy grande, era todavía más malo. Les reñía a los niños cuando los veía jugar, les cogía los dulces y se los guardaba en los bolsillos de sus pantalones que eran enormes, rotos y sucios.
     A su paso todo se volvía oscuro, se levantaba un viento frío y los árboles temblaban de miedo.
     Los niños corrían a esconderse, para que no les robara sus juegos. Las personas mayores se guardaban de verle a los ojos porque les quitaba la alegría y no volvían a reírse nunca ni a ser felices…
      Pedro daba mucho miedo, nadie sabía donde vivía, aparecía entre las sombras y entre la oscuridad y entre ellas desaparecía.
      Se cree que tenía un castillo en lo alto de la montaña, pero nadie se atrevía a subir.
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      Siempre había mucha niebla y se escuchaba el ulular del viento, y graznar de las aves o algo que se les pareciera; nadie sabía a ciencia cierta que habitaba tras la niebla. 
      Poco a poco la situación iba haciéndose insostenible, y Pedro se apoderaba de los juegos de los niños, de su alegría y espíritu.
     El pueblo se estaba convirtiendo en un lugar muy triste.

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     Ante tal situación los ancianos del pueblo, que son los que más saben, decidieron pedir ayuda a las hadas y contarles lo que estaba ocurriendo, 
que el pueblo perdía la alegría y  el espíritu de juego de los niños.

     Entonces las hadas al enterarse, y comprobar lo que estaba ocurriendo, tomaron la decisión de castigar a Pedro por ser tan malo. Y con sus varitas mágicas, pues necesitaron más de una, hicieron un conjuro que decía así:
Pedro, has sido muy malo, has quitado la alegría a los niños, y les has robado sus juegos. Te condenamos a convertirte en un duende niño por los siglos de los siglos.
Vagarás en cada corazón y en cada espíritu de niño y no lo abandonarás nunca.
Volarás con el viento repartiendo alegrías, te mecerás en las copas de los árboles cantando con los pájaros
pintarás  arco iris en el azul del cielo

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y ése será tu color, el color del universo, el color de la felicidad. Allá donde un niño  esté triste 
tú lo harás sonreír 
allá  donde un niño no tenga con quién jugar, tú jugarás con él…
allá donde un niño esté enfermo 
o tenga miedo, tú velarás sus sueños.


Vuela Pedro…vuela…por el poder de las hadas, por la magia de nuestras varas.....


vuela Pedro…vuela…a partir de ahora eres un duende…sssssssssssschhhhhhhhhhhhhh…




     Y desde entonces en cada niño habita un duende, en cada persona vive una magia muy especial, unos la mantienen a través de los años, otros la pierden. Unos siguen siendo niños y descubriendo cada día la vida, la capacidad de soñar, de jugar 
de pisar los charcos cuando están sonriendo, de abrazarse a la tierra, de darle un beso a un árbol porque te hizo cosquillas con una mano,
de pintarse la cara color de arco iris 
y ser una cometa que lleva el viento haciéndole caricias a las nubes 
de cantar con los pájaros canciones azules 
melodías de juegos que nacen en los aromas de las flores silvestres 
de correr por el campo gritando muy fuerte cogidos de la mano de Pedro…

      Pedro nos acompaña todos los días, es muy rápido, dice mi padre que como un rayo. N
unca vi un rayo, pero yo veo a Pedro, mi padre no lo sabe, y Pedro y yo nos reímos, es nuestro secreto. Pedro me cuenta historias, tiene la voz muy, muy aguda, es azul y es muy simpático, siempre le hacemos bromas a mi padre…jajaja…cómo nos reímos…le movemos las columnas y las puertas para que se choque con ellas, y no le avisamos, también le movemos los charcos…jajaja…pero después le contamos cuentos y cantamos canciones. Mi padre también se ríe mucho. 
Él no lo sabe, pero yo sé que él es Pedro, es mi duende favorito, es un niño mayor, a veces está un poco loco, pero Pedro es así, los duendes siempre son un poco locos.  Dice mi padre que tengo que cuidar muy bien a Pedro para que no me abandone nunca, yo siempre comparto todo con Pedro, le doy galletas, 
alguna gominola......



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le dejo mis peluches, 
mis pinturas........... 
yo le quiero mucho, a veces me enfada, me hace cosquillas en un oreja, luego me despeina, mueve el viento muy fuerte, se me mete en un bolsillo, es un poco travieso, pero él me quiere mucho. Siempre vamos juntos para cama, él a veces no quiere ir, y yo le tengo que reñir, porque por las mañanas no hay quien lo levante para ir al colegio. Siempre va conmigo. Sí…ya voy Pedro…vale, ahora jugamos…







Bueno os tengo que dejar Pedro me llama.

Ésta es la leyenda de Pedro el duende y la magia de ser niño. Mientras existan duendes como Pedro, la vida seguirá escribiéndose con colores…
Voy…Pedro…